Prensa

Televisión: 

INTERNET.

Plataforma de la Secretaría de Cultura que conjunta y ofrece información sobre el patrimonio y los recursos culturales del país, que se encuentran al servicio de la población.

 

Únicamente se encuentran 23 artistas reconocidos en el estado de Quintana Roo.

 

LINKS


Catálogo con fines informativos y culturales, no es un portal para venta de obra; sin embargo, es la referencia para que el público en general pueda conocer la trayectoria y desarrollo, que respalda el valor de las obras de los artistas locales.

 

LINKS


 

Encuentre en este espacio información sobre Tulum y el Caribe mexicano. Información sobre la actualidad del municipio de Tulum y del Caribe mexicano. 

 

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lasnoticiasdetulum.com/2012/01/prepara-daniela-palacios-el-proyecto.html


 

Instituto de la Cultura y las Artes Cancún

Eventos artísticos y culturales, que se desarrollan en la ciudad de Cancún.

 

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facebook.com/somosculturacun/photos/a.293633150815040/1877121162466223/?type=3


otros sitios.


PORTADAS.

 

Portada de libro

Autor: Mónica Palacios Prado

Fecha: Agosto 2021

Obra: 


Revista Mexicana de Ingeniería Química

Revista cuatrimestral de la Universidad Autónoma Metropolitana a través de la Unidad Iztapalapa, División de Ciencias Básicas e Ingeniería, Departamento de Ingeniería de Procesos e Hidráulica.

 

Volumenes: 7 y 15

Números: 2 y 1

Fechas: Agosto 2008 y Enero 2016

Obras: Bruja y Mis 7 Mujeres

 

Link: rmiq.org/ojs311/index.php/rmiq/issue/view/12


Estación Sureste

Portada de libro

Autor: Oscar Reyes Hernandez

Fecha: Agosto 2007

Obra: Epitafio

 

Links:

 


ReseñaS.

"DESDE EL CUERPO" - Carlos Guevara Meza

Decir que la pintura de Daniela Palacios posee un erotismo entendido como centro existencial de la vivencia humana, quizá sea un lugar común para quienes tienen el privilegio de conocer su obra; aunque no está de más repetirlo en beneficio de aquellos que se le acercan por primera vez, ni sobra tampoco en estos tiempos de conservadurismo creciente y virtualidades que suplantan el frente-a-frente con todas sus zozobras y temores. No reside ese erotismo en la representación estereotipada de cuerpos “bellos” ni en las poses “sugerentes” a las que nos acostumbran los medios masivos, esa idealización inalcanzable de juventud rubia y hambreada en el caso de lo femenino, y de hipertrofia muscular en el de lo masculino; si no que se encuentra en los encuentros, en el contacto de la piel con la piel, en la caricia y el roce, pero también en la sujeción fuerte de los cuerpos que buscan apasionados, desesperados, entrar uno en el otro aún más, en gestos que diríanse violentos sino fueran amorosos. Y no sólo está en la relación con el otro: igual si no es que más, se encuentra también en ese profundo conocimiento del propio cuerpo, en esa sabiduría honda de los que se hallan a sí mismos y se aceptan (no en sus defectos, que sería puro conformismo y falta de ética, sino en sus virtudes, en sus límites explorados con cuidado y afecto y valor). Frente al lugar común donde uno habla de “su” cuerpo como si fuera una propiedad, lo que a fin de cuentas reproduce el viejo dualismo donde “uno” es el alma o el espíritu o la mente, y el cuerpo es algo “otro” que se posee o se padece; Daniela afirma la insolvencia de la distinción, su profunda negatividad, y se instala en la identificación plena: uno es el cuerpo, uno es este maderamen de huesos y cartílagos, esta vela de piel curtida de sol y mar y ciudad y tierra, este aparejo de fibras y músculos. Uno es estas manos que sudan o que tiemblan, esta sangre que sube a la cara en la vergüenza o en la emoción o en el coraje. El encorvarse culposo del alto, el erguirse desafiante del pequeño, lo bronceado de largas horas de tránsito o labor, la palidez oficinesca. La respiración entrecortada de la ansiedad, los tendones que se tensan de stress, el vientre que se abulta de incertidumbres reiteradas, como si quisiera ganarle espacio vital al mundo que apabulla. Uno es este palpitar de ideas y sueños, este temblor de nervios y miedos, esta excitación de cercanías y descubrimientos, este cansancio, este ímpetu, esta alegría, esta hambre, este deseo. El erotismo de Daniela Palacios, efectivamente, no es una mirada sobre el cuerpo, sino desde el cuerpo. De esa mirada deriva la centralidad del color y la textura de los cuadros, como invitando a los ojos no a ver, sino a palpar, a sentir. Casi inevitablemente realiza uno ante la obra el gesto automático de frotarse los dedos, como si entre ellos tuviera una seda finísima, un terciopelo (alguno, más sabio, se tocará los brazos, porque esos trazos son piel, cálida, amable). La figura del cuerpo se entreve o se adivina o se imagina entre los colores intensos (entre el azul, el rojo, el amarillo) y los esgrafiados (esas huellas hechas de arranques táctiles: ¿son cicatrices, son heridas? ¿son arrugas de las que van dejando el tiempo, la experiencia?). Y es que algo profundamente antiguo se asoma en esos cuadros que se nos presentan como vestigios remotos, fragmentos que forman las imágenes en un hermoso juego donde los trozos, rectángulos perfectos y alineados, arman visiones recortadas; en otros las partes irregulares y separadas muestran las figuras completas de cuerpos que danzan o se abrazan. En otros más la pieza está “completa” y no, pues el cuerpo discontinuo apenas se adivina y lo adorna una palidez marmórea, aunque ello no pretenda significar, en mi opinión, una referencia fúnebre. No asistimos a la arqueología de un espacio funerario, sino a una celebración de vida inmortalizada en pintura y piedra, una vida que, aunque transcurra en el fluir de la duración, la memoria nos devuelve por fragmentos azarosos que esa mirada desde el cuerpo vuelve a unir, reconstruye, armoniza, pero que, fiel a sí misma, no se engaña con el simulacro de un relato absoluto, unificado. Aquí están el propio cuerpo y están los hijos, los amigos, los amantes, las huellas del tiempo, los goces sensuales, las tardes compartidas y las noches solitarias. Unido no por la repetición y la costumbre, sino por la voluntad de gozar. Viene a mi recuerdo aquella frase de Nietzsche: “En verdad amamos la vida, no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar”. Sabemos del gusto de Daniela Palacios por el mural, al fresco o de mosaico. Al ver estos cuadros con sus texturas, sus efectos, sus recortes, da la impresión que ese gusto no viene de la pared como tal o del tamaño que se ofrece, sino justamente de esa amalgama de pintura y piedra, de signo de permanencia, de festejo de la memoria, de monumentalidad en lo que tiene de solidificación del recuerdo. Quizá viene también de la piedra como metáfora del cuerpo, al mismo tiempo frágil y resistente, tersa y rugosa, hecha de tiempo y paciencia, aún las recién formadas parecen cargar eones de experiencias, duras y angulosas, y sin embargo el agua o el viento las pulen, las suavizan, las desmoronan: son lo que son, pero van cambiando. Cambian y sin embargo, permanecen. Quizá no todos podamos estar a la altura de la ética del cuerpo que Daniela nos propone. Quizá algunos prefiramos ocultarnos en el dualismo, en la distancia, en la virtualidad, incapaces aún de enfrentar esos temblores y sudores, los sonrojos, los músculos que se tensan y se entiesan. Y ella nos reclamará, con razón y con dureza, porque no es otra cosa que miedo y del peor: temor al temor mismo. Pero nos regala estas obras que marcan un camino, estos cuerpos invitantes para vivirnos como cuerpos y desde el cuerpo, para aprender a concebirnos a nosotros mismos como valiosos, en lugar de sentirnos prisioneros de la carne, desalentados ante la perfección inalcanzable del modelo de moda, conformistas de nuestros defectos. Y nos invita porque hay una decisión ya tomada: no sabemos dónde está la raíz, dónde estamos realmente ni qué podemos ser, pero “sabemos que son verdaderos los corazones de nuestros amigos”.

 

Coyoacán, mayo de 2007.

Filósofo. Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas.

INBA.PAGE 3 

 

 

"Los ángeles erotizados de Daniela Palacios"

Carlos Torres

De algún tiempo a esta parte, Daniela Palacios ha estado insistiendo desde diversas técnicas en el erotismo. Dueña ya de un oficio reconocido, participa ahora en esta muestra colectiva de acuarelas con un tema que podría parecernos aún más atrevido que el erotismo si no conociésemos la película de Win Wenders “Las alas del deseo”, en la que vemos cómo algunos ángeles anhelan experimentar la sensualidad humana, aunque para ello tenga que pagar el precio de las demás sensaciones de la especie que no son precisamente placenteras.

 

En efecto, la aportación de Daniela a esta colectiva de mujeres acuarelistas está compuesta por ángeles plasmados en el momento en que se sumergen dentro de la carnalidad que nuestra imaginación les atribuye y que por lo mismo se halla exenta de culpa o vergüenza, pues si les hemos otorgado un cuerpo alado, ¿por qué razón les prohibiríamos que lo exploraran con curiosidad y placer?

 

Aún así, no es a partir de una perspectiva antropológica que podríamos hablar de este conjunto de acuarelas; Ni tampoco es conveniente abordarlas desde los laberinticos terrenos de la teología occidental, puesto que a partir de una tonalidad sobria, lo que Daniela quiere manifestar principalmente es aquella inocencia Adónica de los cuerpos, antes de que los dogmas de la civilización los remitan a otras funciones mas allá de si mismos, apartados del goce inocente de tocarse, de mirar, de fundirse en otro ser, porque ello no es “útil”.

 

Realizados en una época en la que lo verdaderamente terrible acontece prácticamente frente a nosotros, tanto en lo que vemos contiguamente como en lo que nos llega de lejos en forma de noticias, los ángeles encarnados de modo sensual que Daniela Palacios exhibe ahora, representan aquella porción de pureza que es propia de los humanos pero de la que se nos ha querido despojar porque así le conviene al mundo de los hechos dados, que pugna innecesariamente para que seamos solo entes dóciles, sin anima, aptos únicamente para producir y consumir productos en serie.

 

Así, al humanizar a los ángeles, representándolos precisamente como susceptibles de experimentar el erotismo de nuestra especie, Daniela les devuelve a esos instintos mantenidos durante demasiado tiempo en la oscuridad su legítima condición de pureza.

 

Reza una frase: “La belleza es superior a lo bueno porque lo contiene”. Estos cuadros de Daniela Palacios lo atestiguan

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